miércoles, 23 de junio de 2010

EL GALLINERO

Lunes 14 de junio de 2010, llego a la parada del autobús junto a mi casa, me dispongo a subirme en el coche que me lleva junto a la academia de francés. El viaje es largo, de manera que busco un asiento cómodo para leer durante el trayecto mi librito de Claude Allègre que me haga calentar motores. Medio kilómetro después, un grupo de chavales sube al autobús, es mediodía y salen del colegio, todos tienen la misma vestimenta, todos tienen el mismo acento y, por desgracia, desde que pisan el autobús no hay ni un segundo de silencio que nos permita leer a los demás viajeros.

Sus tarjetas de visita

Es inevitable oír sus conversaciones, ya que hablan con decibelios de sobra como para que se les oiga en todo el autobús. No pretendo criticarles ni tampoco disculparles, pues todos hemos sido así alguna vez. Lo que me pone verdaderamente enfermo es que desde que suben al autobús hasta que se bajan, todas las palabras que han formado sus vocabularios, caben sobradamente en una tarjeta de visita. Tío, tronco, no me jodas, tuenti, culo y poco más... Los temas de los que hablan son siempre los mismos, y sus ilusiones no van más allá del nuevo móvil que ha salido al mercado, de que los zapatos vayan a juego con los pendientes, del cuerpazo de la vecina de enfrente y del concierto del próximo fin de semana.

Las personas mayores les miran de reojo con un sentimiento entre lástima y rabia. Probablemente en sus tiempos las cosas estaban justo al contrario, tal vez la gente estaba demasiado reprimida.

Niños perdidos

En alguna ocasión he podido hacer amistades muy estrechas con estos jóvenes, y no he querido perder oportunidades para saber el porqué de sus comportamientos. A veces trato de –resucitarles- ideas, ilusiones, motivaciones o vocaciones que hubieran podido tener de niños, antes de que la devastadora publicidad las borrase. En un primer momento, ante una pregunta tan inesperada, no hacen más que arrugar la nariz, mirarte por encima de las gafas y quedarse con cara de poker encogiéndose de hombros. Pero al insistir una y otra vez con palabras mágicas, haciéndote tan pequeño como ellos y mirándoles directamente a los ojos sin dejarles escapatoria posible es cuando.... uno descubre terrenos insólitos.

Cuántos Einsteins, Leonardos Da Vinci, Maries Curie y Vans Gogh hemos condenado al consumismo, a cuántos la publicidad y el culto al cuerpo les ha cortado las alas de la creatividad, a cuántos el fracaso escolar junto con el individualismo y la competitividad desenfrenada ha frustrado a su corta edad sus vidas. Escarbando en ese terreno que había permanecido tristemente intacto tanto tiempo, uno sigue usando esas palabras mágicas que hacen que Peter Pan les agarre de la mano, a esos –niños perdidos- para hacerles, durante unos breves minutos, el regalo de creer en ellos mismos, el regalo de replantearse sus escalas de valores, el regalo de la oportunidad de sentirse útiles y realizados, el regalo de dar sentido a sus vidas.

Nos puede gustar comer, pero no hay que hacerlo buscando una indigestión, nos puede gustar beber, pero no hay que hacerlo buscando una borrachera, nos pueden gustar las chicas o los chicos, pero hemos de mirarles como personas, no como si fueran mortadela. Esto es algo que aún no alcanzan a comprender.

Tal vez

Tal vez se les ha olvidado que el mundo les necesita a ellos antes que a sus bolsillos, tal vez les da miedo reconocer que tienen el derecho y el deber de construir ese mundo, que tienen también el derecho y el deber de toman el relevo, que nadie espera que sean perfectos y que no todo se resume en cifras ni en imagen, sino en palabras, hechos, nombres, apellidos, manos, lágrimas, abrazos, limitaciones, caídas y superaciones.

Tal vez la sociedad del bienestar de este mundo occidental les engaña haciéndoles creer que los pequeños éxitos son grandes fracasos.

Sigo hurgando en ese subconsciente y descubro que tienen un miedo aterrador al qué dirán, entre esas ideas dormidas descubro combinaciones nuevas que serían la envidia de artistas de renombre, pero que permanecen ocultas tras el bozal que sus padres, tal vez involuntariamente les ponen al meterles por las tardes interminables actividades extraescolares. Actividades tal vez pensadas con la mejor intención, tal vez para que sus hijos sean los mejores, o tal vez sólo para no tener que ocuparse de ellos durante la tarde y así poder trabajar más para pagar la hipoteca en estos tiempos de crisis. Pero tal vez esos padres cometieron también el error de mirar sin ver, sus dibujos cuando estaban en la guardería. Tal vez se les olvidó tomarse en serio cuáles eran sus vocaciones, y las sustituyeron automáticamente por carreras universitarias de buen nombre y bien pagadas para tener a sus hijos en un pedestal. Tal vez se les olvidó jugar con ellos lo suficiente y valorar sus opiniones. Tal vez se les olvidó que quererles más no es darles lo que más les apetece, para que se callen, sino lo mejor y, a veces esas decisiones no son fáciles para nadie. Tal vez se les olvidó que sus hijos son personas y no son propiedad de sus padres.

Tal vez se les olvidó que la vida es un esfuerzo constante, pero asequible para todos y todas, si se sienten con la compañía y apoyo de unos padres que les quieren, hagan lo que hagan y sin condiciones. Tal vez tengan miedo a vivir sintiéndose alegres, felices y realizados, porque también implica vivir con coherencia. Tal vez el problema radique en la escuela, instituto o universidad... mi padre acaba de jubilarse tras cuarenta años de maestro y, si una cosa le he oído decir es que si el profesor no consigue motivar al alumno, es francamente difícil que aprenda.

Tal vez se les olvide a los chavales que han de respetar, obedecer y valorar a sus padres, porque les deben la vida, y que deben respetar, obedecer y valorar también a sus profesores como si fueran sus padres.

Decía Sócrates que los jóvenes de hoy son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida y faltan al respeto a sus maestros; aunque en mi opinión sea muy precipitada la idea de incluirlos de forma genérica, puesto que también hubo y hay grandes jóvenes ejemplares.

Tal vez yo no sea la persona más indicada para dar todas estas opiniones, puesto que aunque sea hijo, aún no tengo la experiencia de ser padre. Tal vez los jóvenes de hoy tengan algo que decir y que enseñar y no sepan cómo expresarlo o tal vez somos el resto de los mortales que estemos ciegos y nos empeñamos en verlo todo a nuestra manera.

Se bajan del autobús todos los chavales y uno siente como si aquello hubiera sido un gallinero durante aquellos minutos. Retomo a Claude Allègre preguntándome qué surgirá de estás generaciones. Tengo el buen y mal presentimiento, a la vez que la esperanza de que la naturaleza con toda su sabiduría y experiencia, nos pondrá con el paso del tiempo en el lugar que nos corresponde a cada cual.

lunes, 16 de noviembre de 2009

TENGO MIEDO

Cada noche me despierto y miro al cielo

sin trabajo, sin dinero ¿de quién la culpa?

Cada día cabizbajo miro al suelo

hace tiempo que no me hago esa pregunta

hace mucho me la hacía a cada instante

desesperado y agotado por la vida

era despierto, trabajador y echao palante.

La extraña inercia de cada día ya me asfixia

¿por qué? otra pregunta vuelve a mis entrañas

¿política, sociedad, egoísmo exacerbado?

¿es mi imagen, es mi olor?

Pero la gente se aparta de mi lado

he perdido mis sueños y mi honor

he perdido a mis pequeños y a mi amor

echo de menos llegar a casa cansado.

La suerte de un día, creí ver el cielo

maldita lotería, maldito dinero.

Me olvidé de los míos, era el rey

seguí un camino, seguí mi ley.

Ahora soy sólo un pordiosero,

mi bingo, mi traje mi reloj de oro

hoy es un capricho, caviar de primero

de segundo he dicho, que lo quiero todo:

A esa señorita en mi habitación

esa otra que baile aquella canción

A ese chófer aparcando lo que tanto adoro

Mientras me traen mi coca de mi corazón.

Oigo un susurro en mi interior que no me deja

¿eres ese tal Dios o es la cerveza?

Seré yo mismo que no quiero reconocer

mi dolor y ganas de salir de la pobreza...

y me dices...:

“Si tú quisieras, todo sería diferente

¡qué vuelco daría tu corazón al oír sus gritos!

Si tú pudieras ver mi rostro entre la gente

mis ecos retumbarían al son de tus silbidos

si tú escucharas en lo hondo del silencio simplemente.

¿Por qué te empeñas en mirarte el ombligo y en rendirte?

¿Por qué te olvidas de tu trabajo inconcluso?

Añoras aquel tierno y fiel amigo nunca triste.

Perdonas al que te ofende y te da tanto disgusto.

¡Despierta no te duermas ahí mal-bicho!

Pues tu sitio no es el suelo ni el ayer

sigues siendo una hormiguita que al crecer

encuentra el alimento de sus hijos.

Soy tú mismo que no pierdes la esperanza

No soy tu dictador ni tu jefe ni enemigo

No temas, no hay rencores, no hay venganzas

¡Resucita testarudo y noble amigo!”

miércoles, 5 de noviembre de 2008

ROJO

- ¡Me gustaría ser hueso, Raquel!

...soñaba la proteína dirigiéndose a su amada antes de despedirse de ella...

- ¡poder ser dura como una piedra, rígida, recta, y más fuerte que el hormigón armado, así mantendré todo el cuerpo en pie!

...se decía para sí con aires de grandeza.

- Pero bueno, ¿ya estás otra vez.... no te das cuenta de que nos dijeron que seremos uñas?

- Pero no seré un hueso nunca, ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí, en la parte más baja del cuerpo sobre los dedos de estos mustios y asquerosos pies o de estas huesudas manos, apunto de convertirme en .... una triste uña? Sólo se que pasará el tiempo y apareceré, nadie me verá porque estaré cubierta por un estúpido calcetín o por los ennegrecidos guantes de este grotesco albañil. No podré hacer ningún trabajo del cual sentirme orgullosa, y presiento que sólo seré objeto de molestias cuando crezca y me clave en la carne, ¡hasta que me corten sin más¡ joooooooooooooo

decía entre sollozos.

- En el mejor de los casos sólo serviré para aquello que por deplorable y ridículo
incluso el último payaso rechazaría, ¿para que me metan en una asquerosa nariz o aniden bajo mí toda clase de bacterias....? ¡¿por qué?!

Ciertamente aquella proteína veía su vida como breve e inútil, además de ridícula, se preguntaba cómo era posible que el cuerpo humano hubiera reservado un espacio para ella, no tenía sentido.

Un buen día empezó a salir, y entonces vio el mundo. Un mundo que le ofrecía la posibilidad de ser aquello que tristemente había imaginado una vez pero, entonces miró al frente y entornó lo ojos. No formaba parte de las manos ni los pies de un fornido albañil, aunque sí de las manos de un noble pescador, un pescador que paciente las usaba para trabajas y dar fuerza a sus dedos, aquellos dedos de piel curtida y gruesa que pacientes repasaban y cosían la red, aquellos dedos que, trabajando al unísono agarraban con fuerza las sogas atando el ballestrinque de su pequeño navío. Esas, no eran unas manos inútiles, esta turbada proteína no sirvió para repiquetear aburrídamente el volante frente a un semáforo, ... miró de soslayo hacia el cielo y vio a su antigua compañera, aquella que se transformó en las garras del halcón, y que con un certero movimiento agarró el pez, entonces sintió que le hervía la sangre y pensó...

- ¡cielos, entonces es cierto que la naturaleza no se equivocaba!

Y entonces sonrió al tiempo que imaginaba..... imaginaba algo más. Cerró los ojos y pensaba en su amiga transformada en garra de aquel halcón, en otro compañero de viaje que se transformó en su pico y recordó también a aquel, aquel de toda la vida que terminó convirtiéndose en cabello para mantener el cuerpo caliente, pero... ella soñaba con algo más, le daba vergüeza decirlo porque creía que eran cosas reservadas a quienes tenían talento y..... pues ...... el caso es que cerró los ojos con fuerza y trató de imaginar una vez más...aquel universo que le había hecho sentirse reconocida como además un universo que le hiciera sentirse.... como una artista

- ¿qué es la vida sin arte? ¿acaso esperaremos a que nos corten sin más sin haber danzado el baile de nuestras vidas?

se decía para sí...

Entonces como por arte de magia sentía ..., sin ni siquiera haberlo pedido instrumento de las caricias que este humilde pescador ofrecía sobre la tez de su esposa y, lugar en el cual vio a su amada, allí se encontró entrelazada con Raquel, aquella noble uña gemela que pintada de color rojo ahogaba su ansias de arte y creatividad, su sueño en silencio, su ilusión, tras haber conocido la aspereza de las cuerdas y el tacto del salitre, ahora se veía como la guinda del pastel de su propia vida.

Entonces, sólo entonces, supo que valió la pena haber nacido para ser uña, y no hueso.

domingo, 27 de abril de 2008

Russell y su barbero

Érase una vez un barbero, un señor muy humilde y trabajador además de generoso. Un buen día miraba a su ventana desde su barbería. Observaba a un motón de personas vestidas andrajosamente con harapos, caminando cabizbajos; mientras que otros caminaban con la cabeza alta y portando elegantes vestiduras. El barbero se sentía molesto, él tenía su barbería, su clientela habitual, sus precios, su vida, pero... se preguntaba ¿por qué quienes vestían de una manera tan pobre no podían cambiar su situación?.

Decidido salió de su salón y, hablando con los señores de grandes y elegantes trajes descubrió que todos ellos se afeitaban en casa con sus cuchillas y jabones. Pero fue a preguntarle a uno de los vagabundos el porqué de su estado. Él le dijo que no podía permitirse tener ropas elegantes porque no tenía trabajo. El barbero, sin poder evitarlo miraba su larga y descuidada barba y le cuestionaba por qué no se afeitaba para poder tener una apariencia mejor, y poder encontrar un trabajo que le permitiera a su vez una mejor calidad de vida. Pero dadas las respuestas de aquel pobre vagabundo, llegó a la conclusión de que había perdido toda esperanza, por perder, incluso se había perdido a sí mismo.

Entonces tomó una decisión, dijo: ¡a partir de hoy, durante un mes, trabajaré gratuitamente, afeitaré a todo aquel que no se afeite solo!. Colocó un cartel anunciando su oferta con la esperanza de poder darles un empujoncito con su leve grano de arena.
Días después vio cómo su barbería se llenaba de aquellas personas que antes veía tras los cristales y se sentía orgulloso de su sacrificio. Fueron pasando los días y, por su ajetreado e incesante trabajo apenas le daba tiempo a mirar por sí mismo. En una tarde de sábado, cuando todo el mundo paseaba y degustaba deliciosos cafés en la plaza junto a la barbería, el barbero sonreía. Frotándose la barbilla se daba cuenta de que era su barba la que necesitaba ahora de un buen corte, y se dispuso a enjabonarse la cara frente al espejo mientras localizaba la cuchilla, pero... un señor de gabardina gris llamó a su puerta.
- Lo siento, está cerrado, vuelva el lunes.
- No he venido a que me afeite, sino a advertirle de que está incumpliendo su palabra.

El barbero quedó turbado por aquella respuesta y dijo:
- ¿Cómo dice?
- En su cartel pone que afeita a todos aquellos que no se afeitan a sí mismos, y usted está apunto de afeitarse a sí mismo, por lo tanto, incumple su palabra.

Bajo una extraña cara de póquer, reflexionando, miró de soslayo sonriendo sin poder evitar darle la razón al señor de la gabardina gris.
- Tiene razón, jajaja, eso ha estado bien. Y, dígame ¿cuál sería según usted la solución? ¿acaso podría afeitarme usted entonces?
- Bueno, podría llamar a otro barbero para que lo hiciera, pero de nuevo estaría incumpliendo su palabra.



De nuevo quedó asombrado por aquella insolente respuesta.
- ¡¿Pero qué dice?!
- Si otro barbero se dispusiera a afeitarle, usted no se estaría afeitando a sí mismo, por lo tanto entraría en el grupo de sus propios clientes según su cartel ¿no es así?

El barbero miró al vacío, comprendió que se había metido en un estúpido juego lógico, un juego que le obligaba a conservar su barba si quería conservar su palabra. Mientras tanto, el señor de la gabardina, con una sonrisa burlona, colocándose su sombrero dijo:

- No dudo de su buena intención, buen-hombre, pero; a veces hasta la decisión más pequeña, puede ser ridícula si no se medita lo suficiente ¿no le parece?.

SILENCIO

Ayer veía la montaña sobre mí. Majestuosa e imponente se alzaba sobre la pequeñez de mi persona. Aunque insignificante a su lado, demostré tener el coraje de alzarme sobre su cima. Largos días de camino en tu compañía, amigo mío pasamos. Juntos ascendíamos por el sendero de su ladera. Poco a poco el oxígeno se ausentaba en la fría atmósfera que soplaba nuestras frentes.

Ayer veía la montaña que me desafió desde sus alturas. Mas la coroné junto a ti luchando cuando los elementos parecían haberse enfurecido con nosotros.

Cruzábamos la niebla, aquella que casi la mascábamos con los dientes, dientes rabiosos que no nos atrevíamos a mostrar para no perder el preciado calor que nuestras largas barbas guardaban en su seno. Aquella niebla era realmente una inmensa nube, aquellas que de pequeños observábamos al sol, mientras se nos hacía ver figuras cuando nos tumbábamos en la fresca hierba de verano.

Recuerdo cuando me alcé sobre su cima, amigo mío. Respiré tan hondamente como mis fatigados pulmones me permitían, al tiempo que, arrogante, ahora yo la miraba por encima del hombro. Tú sin embargo, te limitabas a cerrar los ojos, mientras oías el silencio que gritaba alrededor el gran vacío a pleno pulmón. Minutos después asegurabas tu mochila y la mía, comprobabas las cuerdas y víveres para el regreso.

Al descender de la cima, compañero, tenía la sensación de ser un héroe y, tú, sin embargo no parecías sentirte así, simplemente caminabas tranquilo, sin comer ni beber más que la ración de cada día, pero sin dar un solo paso sin ella. Miré hacia atrás, veía dos largas hileras de trineo junto a otras dos hileras de pisadas sobre la nieve, las de nuestros pies, nobles asnos cansados en silencio y esperando un leve alivio, para reclamar los derechos que nuestra cálida sangre les otorgaba.

Pero el enfurecido grito que brotaba de la gélida garganta de aquella niebla, parecía ensañarse con mi, cada vez más, amedrentado rostro. Poco a poco dejaba de sentir en mi interior el calor de mi propia sangre. Mis piernas aporreaban sin cesar mis gélidos nervios, quienes pedían socorro tan desesperadamente que, incluso mi nombre olvidé para pensar solamente en el siguiente paso. Un siguiente paso que me prometía solemnemente traer en su alforja derecha un leve rayo de sol que acariciase mi nariz, y en la izquierda, el preciado oxígeno que ahogaría las ansias de mi pecho.

Vuelvo a mirar hacia atrás y ya no conozco el camino de antes, eso es buena señal, seguro que hemos avanzado mucho, amigo mío, las hileras del trineo se entrelazan con las huellas de nuestros pies, y serpentean de una manera imposible desafiando a mi azotado cerebro pero.... amigo y compañero mío, cuando volví a mirar hacia adelante algo sucedió.

No recuerdo qué vieron mis ojos ni qué oyeron mis oídos, sólo tengo conciencia de sentir, amigo mío un tiempo después, el silencio que escuchabas en la cima de aquella montaña. Un silencio ensordecedor y.... después con un ápice de luz enrojecida, volví a ver la nieve. Vi ahora una sola hilera de pisadas junto al trineo cuando al momento, el canto de un ave resucitó mis agarrotados tímpanos junto al cálido refugio.

¿Dónde te metiste amigo mío? ¿Por qué me dejaste caminar sólo en medio de la tempestad? ¿Qué fue de ti? ¿acaso no te importaba mi destino?
- Claro que me importaba, amigo mío, pues era yo quien caminaba llevándote sobre el trineo.

KALAHARI

Aquella fue sin duda, la tarde más larga e intensa de toda mi vida. Eran eso de las dos, a penas nos habíamos comido al mediodía unos bocadillos de un insípido atún y pan chicloso. El coronel Garrido nos llamaba por la megafonía para formar filas a toda la infantería. El ardiente desierto del Kalahari, con cuarenta y cinco grados a la sombra no nos perdonaba, y un uniforme tan pesado y empapado por el sudor, que ya no sabíamos que estúpida función podía tener, nos hacía sentir como estúpidos borregos.

Había estallado la guerra, una guerra que nadie comprendía, que beneficiaba a unos pocos, a muchos mató de hambre, a la mayoría de calor, y a todos, absolutamente a todos en el fondo de nuestras conciencias y de nuestros corazones nos hacía perder el tiempo. Un tiempo reclamado por nuestros hijos y esposas, pero allí estábamos.
Yo, el soldado raso Rodríguez, “el rodri” durante aquellos largos y pesados meses, estaba sentado en una escasa sobra que el implacable sol africano nos concedía a regañadientes, mientras trataba de engañar mi tiempo jugando a las cartas con el Cabo Gómez. Ambos jugábamos en silencio, con las manos empapadas en sudor y el olor a pólvora en nuestros pantalones, no decíamos una palabra. El Cabo Gómez, quien sujetaba con los dientes una aburrida colilla, había compartido conmigo todo, habitación, arma, alma, hombro, codo, vida y cierta complicidad.

El Cabo Gómez había perdido a su esposa hacía años, desde entonces no lo volví a ver sonreír ni a pronunciar más de site palabras seguidas. Pero era alguien que no necesitaba preguntarte nada para saber qué era lo que necesitabas. Cada mañana durante el desayuno me decía cabizbajo: “Rodri, no digas quieres, di toma”. El coronel Garrido cada día pasaba revista y nos adiestraba en el entrenamiento, un estúpido ejercicio con el único objetivo de gastar munición, agua y voluntades.

Aquella tarde nos adentramos por la ladera de la montaña a través del flanco derecho del poblado al que el coronel Garrido llamaba enemigo. Llevábamos caminando diez kilómetros, nadie pronunciaba una sola palabra, el sol, que era el soldado más fuerte y aguerrido aquella tarde, no paraba de dar latigazos sobre nuestros mullidos hombros. Nuestras botas no sabían dónde pisar. Al filo de las siete algunos soldados empezaron a abandonarnos en el camino al ser alcanzados por las balas que se escapaban del campo de batalla, y que torturaban sus piernas y gemidos. No recordaba cuando fue la última vez que había bebido agua ni dónde estábamos, me limitaba a caminar tras el Cabo Gómez, quien parecía seguir un rastro, invisible para el resto hasta que....
quedó quieto, quieto de repente, me acerqué a él y.... se apoyó sobre mí mientras su mano derecha ensangrentada se agarraba fuertemente a su vientre. Sus ojos entreabiertos se desvanecían mientras plegaba sus rodillas y respiraba ruidosamente y decía entrecortado “Rodri, no renuncies a tu tesoro”.

Con un nudo en la garganta le agrarré con fuerza por los brazos mientras resbalaba en la arena y le dije: “Mi Cabo, no pienso dejarle aquí, usted lo ha dado todo”, intentó abrir la boca, pero sus labios sudorosos y llenos de polvo se rendían.

No pude contener mis lágrimas e intentaba localizar el botiquín y la cantimplora de nuestro refugio, apenas la vislumbraba, estaba demasiado lejos.

Entonces... no pensé, dejé de ser dueño de mi mismo, de repente una extraña fuerza entre mis lágrimas se adueñó de mi piernas. Solté la mochila dejándola a su lado, un gesto que, de haberlo visto el coronel Garrido, hubiera supuesto mi expulsión al calabozo durante semanas. Entonces corrí. Mis sucios y enturbiados ojos apenas me dejaban ver la arena, aunque lo suficiente para guardar el equilibrio.

No sé cuántas horas tardé en llegar al botiquín, no sé si en la cantimplora quedaba agua suficiente. No sé qué sarta de insultos y acusaciones me arrojó el coronel Garrido en aquel momento. Sólo sé que una extraña autoridad me hizo agarrar todo lo que necesitaba y salir con la misma rapidez que llegué apartando de un empujón al coronel Garrido que se imponía a mi camino, y que me miraba con un arrogante e insolente bigote, pero quien se quedó paralizado por alguna extraña expresión de mi rostro.
Ya no tenía sentido correr, bajo el implacable sol, el Cabo Gómez habría perdido demasiada sangre como para seguir con vida en aquel momento, y me restaba el camino de vuelta. Varios soldados empezaron a perseguirme, soldados marionetas del coronel Garrido pero, aquella extraña fuerza no me abandonaba, mis piernas no paraban de moverse al ritmo de mis pulmones, no miraba atrás, no paraba de llorar, aunque cada vez oía de más lejos las pisadas de los que me perseguían hasta que vi a lo lejos la silueta caída y encharcada de sangre del Cabo Gómez.

El sol africano no me concedía un segundo de alivio, pero tampoco lo hacían mis piernas. Cuando por fin llegué, él tenía el rostro blanquecino, los ojos cerrados y la boca llena de baba arenosa mientas todo su uniforme se enrojecía por momentos. Entonces sujeté su nuca con mi mano derecha y le incorporé. Aquel cuerpo que no tenía ni la más remota idea si vivía o no.

Aquella fue sin duda, la tarde más larga e intensa de toda mi vida.


Cuando apoyé mi frente sobre su pecho, etreabrió los ojos, sonrió de un lado y me dijo reclinando su cabeza : “sabía que vendías”.

viernes, 31 de agosto de 2007

Mis creaciones literarias

Cuenta conmigo (critica a las fronteras y a la jerarquía eclesiástica)

Hubo una vez un niño que soñaba con el mundo al revés,
con un mundo en el que nadie debería pasar la pena de saber
sentirse solo.
Una utopía inocente y sostenible
sencilla y honrada
donde todo el mundo tuviera su morada
aquella en la que nadie criticara
ni opinión ni color ni religión
mientras cada día como todos
aportaras al mundo tu sudor.

¡¿Quién selló una vez más en nuestras frentes?!
¡no quiero ser fotocopia!
¿Jesús, buda, confucio mahoma?
qué importa en quien creas hermano
somos auténticas personas con luz propia
si respetándonos compartimos el genoma
de ser personas con palabra alma, y música.

Corazón rumbo a la paz por estribor
y por babor compartir la risa y broma
de sabernos partícipes de cada día;
cada libro, cada árbol, cada hijo
cada historia que desprende tu neurona.

¡¿Quién de vosotros violó sigilosamente nuestras mentes?!
con un dios que rompe vida, ilusión y libertad
un falso dios que todo oye, todo ve y observa con su lupa
mientras creyentes y verdad no le preocupa.

Ahora conozco más de cerca su experiencia
al verdadero currito humilde, no como vosotros
jerarquía de nadie
camada de vívoras, ¡fariseos!
Él sufre conmigo y se alegra conmigo
codo con codo detrás de un amigo,
hombro con hombro, no importa si digo
me cago en la puta cojones, si luego
El cuenta conmigo.



EL ANDAMIAJE MENTAL DE DIOS (apología a la imaginación)

Tal como le ocurrió a Hans Christian Oersted, a James Clerck Maxwell, al igual que a otros tantos padres del electromagnetismo, las matemáticas y demás ciencias de todo lo largo y ancho de nuestra naturaleza, la imaginación fue siempre la mejor de las herramientas. Incluso cada uno de nosotros desde siempre hemos imaginado cosas. Hemos hecho cosas experimentos, castillos en el aire, levantado ideas…. sin tan siquiera saber si aquello que imaginábamos existía realmente y era posible o no.

Ni Oersted ni Maxwell sabían con certeza si las líneas de fuerza que ellos mismos dibujaban pintando un imán, existían real y físicamente o no. El singular genio Albert Einstein se imaginaba a sí mismo desplazándose a la velocidad de la luz sin importarle la posibilidad de que aquello fuera posible realmente o no ¿qué importaba?

Desde que éramos niños nos han dibujado en los libros de texto los planetas, perfectísimamente esféricos, sin tener la más remota idea de que pudieran tener forma de mora, de ladrillo, o de batidora Taurus de 300 vatios. ¿Qué importa?

¿Qué importa pensar si ese Dios del que tanto hablan es parecido a nosotros o no? ¿si vivió 33 años o 60, o naciera entre bestias en un establo y entre bestias muriera a latigazos?

Gracias a Oersted, Maxwell y a tantos otros de una larga lista, hoy el ser humano domina el electromagnetismo y lo pone a su servicio. Todos ellos, haciendo sus dibujitos amorfos, imaginando partículas, planetas, soles de mil tamaños y colores, ondas y movimientos sin ton ni son. Ellos levantaron sin querer ese andamiaje sobre el que otros pisaron provisionalmente. Ese invento raro que la gente mira arrugando la nariz con desconfianza, pero gracias al cual hoy esas narices respiran tranquilas, de tener una tecnología que las salvaguarde y mantenga calientes.

Tal vez sólo sea un pensamiento el que al igual que ese al que llamaron Che Guevara tuviera huevos de acero y nunca jamás desfalleciera. Tal vez todo fue mucho más sencillo. Pero fue necesario creer un día que estas cosas sucedieron así para que el mundo de hoy se sostenga en pie.

Quizá una fe y confianza fuertes, construidas solidamente sobre los cimientos de la experiencia necesiten aún hoy otros pilares sobre los que levantar las paredes de la reflexión, los éxitos, fracasos y la paciencia, y que mañana servirán asimismo de cobijo a soñadores del futuro. Soñadores que imaginen un mundo digno de sus niños, de su planeta, y de su ilusión, eso sobre todo.

No importa si hoy existe o no ese mundo, si existió ayer o…. tan sólo es una utopía, pues Utopía existió realmente.

Tal vez Dios imagine su gran Banquete, que con un puñado de panes y peces nos alimente a todos ¿qué importa si es cierto o no? ¿acaso no ocurre que al traer cada uno un poquito de comida para compartir con un grupo de amigos, siempre sobra?

¿qué nos quedará si sólo pensamos racionalmente? ¿si no soñamos?

Ocurrirá que, “Fantasía” el mundo del dragón Fuyo y del caballero Atreyu caerá demolido por los estúpidos videojuegos que a Bastian roban su imaginación.

Aquella que permite a un niño de dos años subirse a una escalera y sentarse sobre el cielo.

Aquella que se cuela sigilosamente por la noche en los sueños del científico, desvelándole el secreto que tanto busca y haciéndole despertar gritando eufórico ¡EUREKA, LO ENCONTRÉ!

Aquella que el ancestro humano utilizó para cazar y hacer fuego salvaguardando así el ADN que le coronará como líder de la Creación.

Aquella que se nos dio gratis para darla gratis.